Soy padre de una niña de casi 4 años. 4 años que me han dado para cambiar, y no sólo hablo de dormir menos, de andar más encorvado o de tener menos dinero. Hablo de manera de pensar. De mis propias ideas y conceptos.
Vivimos en una época donde es habitual leer e informarse mucho antes de ser padres. Y lo normal es que leas sobre lo que conoces. En cuanto ponen en tela de juicio lo que piensas sobre cómo tratarás a tu futuro bebé cortas por lo sano. “¡Pero qué se piensan! ¿Se creen que yo no quiero a mi hija lo suficiente o que?”. Y es normal. A nadie le gusta que le toquen lo más preciado que tiene y tendrá en la vida, y no es su descendencia, es su ego. Está genial tener autoestima y pensar que lo que creemos sobre la vida es lo correcto, nos autoafirma y nos ayuda a ser asertivos. Pero todos tenemos derecho a mejorar.
Sobre la preparación
Desde que supe que iba a ser padre no dudé un instante: tenía que aprender a hacerlo bien. Mi meta era, como mínimo, hacerlo mejor que mi padre. De ahí en adelante todo era aceptable. Y me enganché. Cursos de preparación al parto, ferias del bebe, charlas formativas, webs especializadas… ¡hasta vídeos en YouTube! Y me parecía poco.
El gran problema cuando te metes en esto de la nueva crianza, la crianza con apego, el Montessori, el respeto a la infancia, el sistema educativo español,… es que descubras que no tienes que aprender lo que hay; tienes que aprender a discriminar con qué te quedas de lo que hay. Y hay… hay…
La paternidad me dio con to lo gordo
Fue en noviembre de 2014 cuando mi vida cambió brutalmente. Llegó Olivia. Y llegó la PATERNIDAD. Así, en mayúsculas. Una cesárea prematura de urgencia, un atragantamiento la primera noche, empezar a no dormir (yo, mi mujer ya venía del último trimestre de embarazo fina filipina)… Todo gozo. Ah, y amor. Mucho amor. Fue al ver a esa cosita arrugada, levantada cual Simba del Rey León por encima de la sábana en el quirófano, cuando me di cuenta que nada de lo que leí, escuché o vi me serviría de nada. Me cagué encima. Metafóricamente digo.
Y empezó la fiesta. Apañárselas con la administración pública (registro, problema con el cambio de apellidos, bajas de maternidad y paternidad…). Apañárselas con los médicos (revisiones, vacunas, urgencias, medicamentos…). Apañárselas con las noches (… eso, las noches…). Un calvario que no te deja vivir. No te deja quejarte. No te deja ser quien eres, ni quien te habías preparado para ser. Y se te caen los palos del sombrajo. Afrontas la realidad.
A mí me vino todo esto allá por el año de edad. Cuando más miedo tenía por los atragantamientos, cuando pensaba en que tenía que ir viendo coles (que parecen bodas, eligiendo con año y pico antes…).
“Y descubres Madresfera. Y escuchas podcast y lees blogs.”
Cuando descubres que no estás solo en estar solo
E investigas. Y lees. Y buscas ayuda. Porque no ves normal ya lo que te pasa. Porque o el mundo te había señalado como un paria o la vida no merecía ser vivida. Y descubres los blogs. Y los canales de YouTube. Y los podcast. Benditos podcast. Y escuchas y ves de todo. De todo. De los que sufren en lo que tú, y los que sufren donde tú no. “¿También en eso se podía sufrir?“, piensas. Y aprendes a aprender. Aprendes a que informarte no es leer lo que te gusta. Aprendes a que informarte es entender porqué es como es lo que no te gusta.
Y descubres Madresfera. Y escuchas podcast y lees blogs. Y comparas. Y piensas en porqué la gente que no es como tú es capaz de vivir sin remordimientos. Y te vuelves transigente.
Pequeño inciso: yo creé este blog el día que nació mi hija. Me dio tan fuerte esa primera noche, al sentir que nadie me había contado ciertas cosas que tenía que contar al mundo mis miserias, las miserias de un padre cualquiera. Pero no dejaban de ser mis miserias vistas desde lo que yo ya conocía.
Volverte crítico contigo te acerca a los demás
Así que con esas aprendí a que no llevar razón en todo era la mejor manera de mejorar y llevar razón en algo. Y que hay muchas maneras de llevar la vida, la paternidad, la crianza, la alimentación (uuuh, si yo hubiera cogido el BLW ese…).
Fue en el último año de escuela infantil, y en los primeros meses del colegio, donde descubrí que me equivocaba mucho. Que en realidad elegí el patrón de crianza por mis propios intereses y conocimientos. Que poca influencia habían tenido tanta feria y tanto leer. Porque estaba encerrado en mi miedo a no hacerlo como sabía que saldría bien (el más vale malo conocido que bueno por conocer de la crianza). En realidad estaba siendo intransigente con muchas maneras de criar simplemente porque no entré a debatirlas. Y ahora tampoco me creo muchas prácticas como positivas, pero las escucho, las respeto, las comento y, oye, a veces cojo algo de ellas que veo bueno.
Y llegó el cole
Y las madres y los padres. Y los grupos de WhatsApp de la clase. Y los cumples. Y las fiestas de cumples.
No me enrollo mucho en esto, que muchos ya tendréis o habréis tenido el placer de disfrutar de estas fiestas. Simplemente decir que acogí de muy buen grado la iniciativa que nació en el cole de nuestra hija (creo que fue mi pareja la que lo propuso ?) de hacer cumpleaños conjuntos. Y todo sonaba genial: menos fiestas, menos azucaca, menos regalos que nunca usarán, y más ganas de ir a las fiestas por haber pasado más tiempo de una a otra (al fin y al cabo nos vemos los mismos). Así que empezamos a hablar de cómo se haría, y cómo se organizaría, y ves que la gente piensa diferente (4 fiestas ó 12 fiestas, pagar una “entrada” o que los organizadores paguen,…).
¿Y qué tiene de democracia todo esto? Pues porque descubres al juntarte con otras madres y otros padres de tú a tú, no desde abajo del escenario de las ferias o las charlas, que tenéis las mismas ganas, la misma ilusión y posiblemente el mismo fin, pero que cada uno es de su padre y de su madre (nunca mejor dicho). Descubres que cada cual tiene un poder adquisitivo, unos gustos, y una manera de organizarse, pero que los niños no deberían notarlo, porque no es bueno crear esas diferencias y que se acabe notando en la relación que tienen entre ellos, en su trato diario. Y que los niños son muy crueles (“niños” como género no marcado, las niñas también), y enseguida sueltan una frase fuera de tono. Mejor intentar igualar un poco a todo el mundo, dentro de que cada cuál haga lo que le venga en gana. Y te hace pensar en que algo tan obvio lo queremos para nuestras niñas y nuestros niños, pero a veces lo olvidamos como adultos.
Y esta es mi reflexión de hoy (y ayer, que fue cuando empecé a escribir la entrada). ¿Qué opinas de las fiestas compartidas? ¿Sientes que tu maternidad o paternidad te ha hecho mejor persona? Pues coméntame lo que sea 😀