Te veo y no te miro. Te observo y no te atiendo. Te huelo y no te capto. Te rozo y no te aprecio. Te siento y no te siento.
La simetría, el brillo, la sencillez, son aspectos que definen tu forma física. Me encanta sentirla, pero realmente me importa un comino. Adoro la belleza física porque mis hormonas la adoran. Sin embargo, odio el azar. Me gusta sentir más allá de los sentidos de mi cuerpo, forzando mi mente a crear nuevos sentidos que potencien lo que sé que hay en ti.
Disfruto derramando el velo de lágrimas de alegría que te protege, desnudando tus ojos ante los míos mostrándome tu mirada. Me excita desvestir tu piel y apreciar los recuerdos que la han marcado a lo largo de tus experiencias en la vida. Aprecio callar tu voz y escuchar tus palabras, saliendo en pelota de las más diversas formas que tu cuerpo es capaz de recrear.
El azar, el destino, la fortuna, o el porvenir, nos han traído unos ojos, unas manos, una boca, una piel, un cuerpo. Ninguno igual. Ninguno suficientemente distinto. Somos entes venidos a más, creados del conjunto de casualidades que ha querido que convivamos aquí, y no allí. Somos lo que nunca sabremos que somos, y que no mostraremos a los demás, hasta que consigamos dejar aparcado el cuerpo que nos sostiene, desnudemos nuestra alma, destapemos nuestro ser, y permitamos acceder al verdadero destino de los que nos rodean: un ser humano.