Hoy es un día como otro cualquiera. Igual a todos, y único entre todos. Hoy es uno de esos días donde te planteas qué hacer con tu vida. Piensas en lo que vives, y en lo que has vivido. Piensas en si vivirás algo nuevo. En si merece la pena. Hoy es un día sin más. Un día menos, que pasa de largo, y se queda en tu recuerdo para siempre. Podrá ser el mejor, o el peor día de tu vida. Tú decides. Porque es tuyo. Porque el tiempo es de cada uno, y el tuyo no es de nadie más.
Miras cerca de ti. “No”. “Esto no”. “Pero esto sí”. Y así pasan los minutos, decidiendo. Cosas que te gustan cerca, y cosas que no te gustan lejos. Cosas alejadas que te encantan, y continuidades en tu vida que odias. Y será tu momento sacar o meter en tu caja de deseos aquello que quieras.
Más de seis mudanzas de vivienda me avalan. Los cambios son complejos, duros, indeseados en gran medida, y sobre todo llenos de miedos e ilusión. Metes en cajas tus recuerdos. Almacenas con etiquetas cada lastre. Miras atrás y sueñas con que delante sea mejor. Y procuras no dejarte nada importante, y recordar todo lo que harás, verás, tocarás y compartirás. Sueñas con soñar despierto.
Pero los cambios atraen montañas y montañas de chismes. Tan vulgares como personales. Tan fundamentales como prescindibles. Y en tu decisión queda arrastrar la cantidad más cómoda de ellos, y dejar atrás, al resguardo de lo que fuiste, lo que prefieras bloquear en su estado. Porque dejarlo atrás en el pasado no implica perderlo. Y es que dejando atrás cosas, tienes fuerzas para mirar adelante.
Recoges tus cajas, cierras tus carpetas, guardas tus trozos, pliegas tu petate, y sales. Y entonces es cuando decides cómo quedará tu nueva estancia mañana. ¿Meterás lo imprescindible, o mudarás a cada lugar tu pasado, dejando apenas colgando atrás un rollo de papel higiénico?
El Sol no perdona. Cada día, cada maldito día, ilumina a quien quiera recibir su luz.