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Felicidad.

Pasea. Sube. Baja. Circula entre la multitud con la compañía del aire que le rodea, fresco y suave. La familia. Salir. Gastar. Vivir entre iguales que sonríen y disfrutan de sentirse ajenos a problemas que nunca estuvieron y nunca estarán. Todos, sin excluirle. Ajenos. Entra en su hogar, amplio y sobrio. Cálido y decorado. Alegre y acompañado. Sonríe. Duda. Piensa. Disfruta el paso del tiempo sin analizar la medida real del consumo de él que hace, ni del que queda en esa burbuja segura llamada familia, vida, hogar. Sale y entra. Se envalentona y se recoge. Día a día. Sin pedir, y sin esperar.

Estabilidad.

Se alegra. Se sienta. Se relaja. Se acostumbra a sentir lo que siente porque siente que debería haberlo sentido siempre. Y sin haberlo soñado jamás no puede dejar de pensar que es el mejor sueño que podría vivir. Y lo vive intensamente. Y se entrega. Y rechaza rechazar. Se deja sorprender. Se abre a disfrutar. Aprende a enseñar y enseña lo que aprendió. Filosofa. Sin que le escuchen o en pareja. Sin miedo. Pierde la poca vergüenza que le quedaba. Madura. Aprecia la madurez. Crece.

Seguridad.

Abre la puerta y sale a la calle, sabiendo lo que sabe y pensando en que le piensan. Suelta en cada paso un aroma de inagotable energía positiva generada durante años en el fuego del amor de toda índole y acumulado en cada una de sus partes creando un escudo tan fuerte como la más fuerte de todas las rocas jamás conocidas. Mira hacia delante con los ojos abiertos como se le abrieron las puertas de la confianza en cada aspecto que surgió en su vida sin defraudarle lo suficiente para hacerle pensar que cerrándolos ganaría más que dejándolos en su posición y observando la desviación de sus expectativas. Con paso firme.

Sorpresa.

Se para. Piensa y analiza. Siente dudas. Mira con los ojos cerrados. No lo cree. ¿Porqué? ¿Por qué? Ese día cambió. Pero no quiso. Era quien era. Sentía como sentía. Amaba como amaba. Pero cambio. Suavemente. Amargamente. No lo veía. Pero le miraba. Dijo que no. Dijeron que sí. Y cada paso que dio desde entonces fue tan firme que nadie dudó de su entereza hasta que tuvo que seguir el camino marcado por otros sin sentir que tenía oportunidad alguna de enfrentarse a monstruo de tal envergadura que acompañado de la costumbre y la confianza que daba no haber seguido un camino más allá del esperando por la gente de su clase jamás levantaría sospecha de guiar el paso de alguien como quien amaba como amaba y dejó de hacerlo.

Enfrentamiento.

Y tuvo que volver con las orejas agachadas. Buscar el calor que le faltaba. Mirar por los ojos de quienes le miraban. Analizar los qué y los porqué. Y con el frío que agarrotaba sus pasos y la desconfianza de la incertidumbre que le asolaba luchó. Y buscó en ambos sus hogares, interno e implícito. Y encontró sendas paredes. Su hogar interno estaba plagado de durezas que su propio camino había generado. Le hicieron caer en las drogas. Su hogar interno mejoró. Las durezas se ablandaron. Pero su hogar físico, ese que podía ver con sus ojos y sentir con sus manos, dejó que el tiempo enraizara el miedo lejos de alejarlo. El apoyo y el amor de su hogar pudieron bien estar empañados por la desconfianza, bien empañados por el miedo a enfrentarse a tal batalla. Pero cayó, con las orejas más agachadas aún.

Final.

Sea por la influencia de las drogas que relajaron ciertos impulsos y desviaron cierta actitud, o por la inseguridad de perder el cable que le sujetaba en el peligroso ejercicio de caminar por un camino cada vez más estrecho, no tuvo más remedio que dejar de luchar contra ello. Se resignó a que el camino más corto no es el más fácil, y dejó que le guiaran por aquel otro camino que jamás hubiera tomado, y que en contra de su voluntad y a favor de sus miedos no le traería más futuro que dejarse caer en aquellos barrancos que sin ser los más peligrosos eran suficiente para no poder salir jamás. Y en aquella trampa tuvo que desistir y asumir que su futuro se cerraba en un único y simple camino: escribir de donde vino, por si alguien algún día se pararía a pensar qué salió mal y qué se podría hacer para que nadie más pasará por lo mismo; y dejarse llevar por la muerte.