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Cómo quitarse el miedo al atragantamiento en niños o bebés

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Con este título tan atrevido empiezo esta publicación. Llevo casi cuatro años sufriendo este miedo y he conseguido reducirlo a su mínima expresión. Pero no desaparece. Os quiero contar mi historia personal para que entendáis cómo fue y podáis sacarle algo de provecho si en algo se parece a vuestra historia, o a lo que os pasa por la cabeza.

La primera vez

No soy psicólogo. Pero tampoco hace falta saber mucho para entender que la mejor manera de coger miedo a algo es que te suceda y que no sea agradable. Así que en mi caso el miedo vino por una experiencia directa. Apenas tenía mi hija 12 horas de vida, en su primera noche, y se atragantó con sus propias flemas. Lo primero fue el propio instinto: voltearla, golpea, gritar como si nuestra garganta fuera la taponada. Pero no servía. Por suerte estábamos en un hospital y la llamada insistente al botón de enfermería, así como los brutales gritos a media noche en el pasillo, consiguieron que una enfermera, con más pachorra que empatía, salvara la vida de nuestra hija.

Corría el 2014, acabábamos de tener a nuestra deseada hija. Meses planificando, soñando con ese día, con verle la cara, con empaparnos de su olor. Y no pasa ni un día y nos dejó esa terrible sensación. Yo no dormí las dos noches siguientes. Quizá esto ayudó a saltarme las lágrimas cuando en el tercer día de vida de mi hija alguien me preguntó, como padre, cómo me sentía. Pero eso es otra historia.

Sin duda esta primera experiencia fue la que me lanzó a empezar este blog. Necesitaba contar al mundo lo que nadie nos había contado. Que los niños sufren. Y tú al verles. Que muchos niños se atragantan con sus propias flemas en los primeros días. Que la solución es tan fácil de aplicar como de incluir en los cursos de preparación que se dan antes del parto. Que nadie miente, pero se ocultan demasiadas cosas sencillas que quitarían muchos miedos. Que los padres primerizos no tienen que sufrir más que los demás, como si de un rito de iniciación de una universidad de esas americanas de la tele se tratase.

Quizá lees esto y nunca te ha pasado. Quizá tu miedo pueda estar en las habladurías populares, en lo que dicen los que lo han sufrido. Quizá por eso parece que exagero más. Y exagero. Pero he sufrido un trauma en el peor y mejor día de mi vida. Y se podía haber evitado. Te cuento cómo, pero antes…

Mi segunda vez

Espero por suerte que pocos lleguen aquí. Sí, me pasó una segunda vez. Soy optimista por naturaleza e intento olvidarlo, pero calculo que sería en 2017, no llegaba a tres años de edad cuando mi hija sufrió de nuevo un atragantamiento. No una tos fuerte. No un hacer el tonto. Un no respirar y ponerse morados los labios durante unos minutos.

El azar hizo que un familiar que asistía a la misma mesa durante la comida tuviera la calma de parar los golpes absurdos que le estábamos propinando, hacer la maniobra de Heimlich, y salvar de nuevo la vida a mi hija. El azar no fue lo que hizo, el azar fue que no estaba invitado a la comida pero se apuntó. No me da mucho por pensar en universos paralelos donde no hubiera asistido. Yo qué sé. Pero sí me hace pensar en lo frágil que es la vida humana si no se toman medidas proporcionales al riesgo con coherencia y previsión.

Detalle aparte, aunque para mí muy importante, es que el atragantamiento lo produjo un trozo de comida cualquiera, de un plato cualquiera, en un momento cualquiera, justo después de que yo le causara tal risa a mi hija que su gaznate se movió hacía esa posición peligrosa. Muchos días me he repetido antes de dormir que no fue mi culpa. Nunca me quitaré ese pensamiento. Pero supongo que eso también es otra historia.

No fue ser la segunda vez lo que me acercó de nuevo a despertar a mi hija mientras dormía para confirmar su vida, a partir los trozos de comida tan pequeños que no podía más que usar una cuchara o las manos como mal menor. No. Fue la imposibilidad de encontrar alivio en un miedo tan irracional como incomprendido. Estaba de los “tranquilo que a su edad pueden comer eso sin peligro” hasta las narices. Recordaba esos tres primeros días de vida de mi hija donde nadie me preguntaba tan cerca que mi sueño se trastocó durante meses pensando en qué podía hacer para encontrar quien con sus palabras calmara ese miedo.

La opinión de un profesional

Las palabras de calma de los familiares, en especial de los cuñados en Navidad, no parecían ser suficientemente certeras. Obvias, pero no certeras. La pediatra y la enfermera, con razones médicas y emocionales más que suficientes no eran del todo convincentes. Porque no son profesionales del atragantamiento.

Tan evidente como oculto a mis ojos fue la solución. En un certero y convincente curso de primeros auxilios de la escuela de padres del colegio de mi hija, las tranquilas y expertas palabras de un médico del SAMUR de Madrid me hicieron ver la luz. Apenas fueron dos frases en una charla de más de una hora sobre cortes, arañazos y golpes; apenas ponerme sus puños en el tórax y mostrarme lo sencillo de la maniobra de Heimlich; apenas mirarme a los ojos y decirme “es que con tus experiencias no tener miedo es irracional”. Todavía se me salta una lagrimilla de pensarlo. Como en cualquier otro rescate urgente y desinteresado de los sanitarios del SAMUR, lamentare de por vida no conocer ni siquiera el nombre de ese médico que me abrió los ojos. Nunca podré agradecerle lo suficiente la paz interior que me dejó. Porque sigo teniendo miedo. Soy padre y si no lo tuviera en ninguna medida consideraría que no querría a mi hija. Pero no como antes.

Quizá relato mi historia de manera un poco exagerada, pero el tormento diario, nocturno en la mayoría de los días, ha sido de tal magnitud que no hay palabras para expulsar esos recuerdos y reflejarlos con las que espero que sean palabras de aliento para esas madres y esos padres que están en el camino de buscar su calma, su equilibrio entre miedo y razón.

Este es mi caso

Este es mi blog, y obviamente por eso mismo es mi caso. No pretendo dar lecciones a nadie sobre como afrontar estos miedos. Una buena consulta de psiquiatría o psicología ayudará tanto como un buen curso de primeros auxilios. Supongo. En mi caso fue algo intermedio pero suficiente. Pasar de un miedo del 200% a un 10% lo considero un éxito. Pero no es la solución definitiva. Y espero que algún día baje al, quizá, 5% de cualquier padre de cualquier hijo de cualquier lugar del planeta.

También quiero aclarar que a mi mujer no le ha dado tan fuerte. Es madre, y no es para nada tonta, pero no ha sido la auténtica paranoia que tenía yo encima. Mi hija no es que no haya hecho Baby Led Weaning, es que no tomaba más que leche o crema de verduras si estaba conmigo sola. ¡Con 2 años! Paranoiaaaaa ?

En fin, lo cuento, sin más. No pretendo enseñar a nadie. Cuando hace un par de años se me borró el blog, y perdí tantas publicaciones antiguas, en el fondo me alegré porque siempre quise contar ese primer día de vida de Olivia pero no me atrevía. Era la excusa perfecta para acallarlo. Y con la segunda situación ya tenía tan olvidado el blog que enterré más mi miedo. Ahora a posteriori lo veo con tanta calma que me da pena no haberlo soltado antes. Quizá a alguien más le hubiera válido. Aunque a mí no me hubiera calmado. O sí.

Gracias por leer entera esta publicación. Si crees que a alguien que conozcas le puede servir no dudes en compartírselo. Quizá le ayuda a encontrar antes el camino que yo tardé tanto en encontrar.